Madres contra el paco y por la vida
“El lugar de pertenencia es la esquina, la que los incluye”
Por Soledad M. Bavio – Alicia Romero es la fundadora del movimiento Madres contra el paco y por la vida, que arrancó sutarea en Lomas de Zamora en el año 2005 y que cuyo principal objetivo es luchar contra las adicciones, aportando información fehaciente para prevenir y asistir a enfermos y su núcleo más cercano.
Pese a que las realidades con las que se convive a diario son muy duras, la entrevistada está convencida que deben hallarse oportunidades de desarrollo para chicos y chicas. Es decir, hay que mostrar los calvarios que viven las familias, pero también “hay que dar un mensaje de que algún día vamos a poder cambiar algunas cosas. Mostrar todo lo malo” pero ratificar que hay “una luz de esperanza que podemos cambiar esto entre todos”.
Considera que la adicción es un problema de salud pública, que hay drogas de buena y de mala calidad, aunque el impacto negativo sobre las personas es su común denominador. Chicos y chicas, visibles e invisibles al mismo tiempo, que valen mucho en la calle, pero poco después de una rehabilitación. Madres que hablan de ellas, pero poco del problema. Un infierno en el barrio.
Alicia y su amiga, Isabel Vázquez, eran dos madres solas, en Lomas, que poseían una infinita vocación de ayudar, aunque sin recursos. “No era fácil hacer algo sin nada. Pero siempre veíamos que alguien estaba peor que nosotros. El ayudar nos sacaba un poco de ese dolor”, dijo Alicia a Clarín en una nota el año pasado.
El ánimo de indagar comprometerse en qué es la pasta base y como aniquila los cuerpos, surgió tras instalarse un kiosco de paco a dos cuadras del comedor comunitario que tenían ambas mujeres. A partir de allí nada fue igual.
“Trabajamos en varias líneas. Lo que más hacemos ahora es la parte de prevención y orientación”, comenzó diciendo Alicia, aunque la realidad las empuja en los últimos meses a salir de nuevo a los medios. “Otra vez muchos chicos muertos. En San Martín, en Moreno, en Lomas, otros tantos muertos con mucha violencia”, dice angustiada pero no resignada.
“Las mamás nos llaman cuando los chicos ya están en muy malas condiciones, nosotros vamos orientando porque otra cosa no podemos hacer, pero sí el diálogo de madre a madre”. Y es así donde tanto Alicia como Isabel Vázquez, buscan un punto de encuentro. Hablar desde el rol de quienes tienen hijos.
Como una salida que parece cuasi mágica es que la mayoría de aquellas mujeres “creen que la rehabilitación” es lo que salvará a sus hijos e hijas. Que “se entra por una puerta y se sale por la otra. Nosotros tratamos de bajar la expectativa. La internación no es todo si no se ponen de acuerdo las familias”.
Es decir, no existen soluciones que devuelvan a quienes parieron, tal cual lo hicieron. Pasaron cosas, límites que no se pusieron, vínculos que no se lograron reforzar, instituciones que expulsaron y Estados que no contuvieron.
¿Qué dicen las madres?, fue la pregunta del millón tratando de depositarnos en su vida y contexto. Se indagó para saber qué plantean cuando el camino parece no tener salida. “La mamá ya está cansada, ya está podrida, no sabe qué hacer. Otras, llaman llorando que lo van a matar, otras que quieren que se vaya del barrio, otras piden una internación terapéutica”, dijo la entrevistada.
“Hablan mucho de ellas. Yo las trato de llevar a qué le pasa a su hijo, dónde empezó todo esto, dónde empezó la falta de mirada”, expresó Romero, intentando pararse de su lado: “yo sé si (mis hijos) me mienten, sé todo, pero porque estoy todo el tiempo observando”, aclaró.
“También ha cambiado la sociedad”, explicó. “Cada día trabajamos más, necesitamos más plata para vivir y los chicos en los barrios humildes no tienen quien los cuide, los familiares ya no se hacen cargo. No hay niñera ni nadie”.
Culturalmente, la mujer
“La familia trabaja muchas horas y en general la que se ocupa de todo es una mujer. Acá para cualquier trabajo a las 8 de la mañana, tenés que salir a las 5.30 para poder cruzar el puente La Noria. Imagínate todas las horas de vuelo que tiene antes de llegar a su trabajo y todo eso te va quitando las ganas de llegar a tu casa, que llegas cansada, con un montón de problemas y venís cargando ya las cosas, para hacer la comida, las cosas de la casa… Y otra vez pensando que mañana te tenés que volver a levantar temprano, no tenés mucho tiempo de preguntar cómo fue el día”.
Alicia fue contundente. Las situaciones se dan históricamente así. Toda la tarea recae en las mujeres madres. Romero dice que “si no estás, los pibes hacen lo que quieren”, porque evidentemente “no hay nadie. Una mirada, un orden o un límite. El lugar de pertenencia es la esquina, la que los incluye”.
En barrios de bajos recursos económicos, “no tenemos para pagar un club, un deporte, comprar elementos, llevarlo, traerlo y después compiten. Eso lleva tiempo, dedicación y plata que muchas veces no hay”, declaró.
-Hablamos siempre de las madres, ¿hay padres?
-Muy poco. Puede estar el padre, pero él delega su responsabilidad en la madre y no se hace cargo. Si se porta mal, es culpa de la madre, y si juega bien a la pelota y se saca buenas notas, es su hijo.
Es la única que va a ver a su hijo a la cárcel si cometió un delito. Podés ir a ver las colas en las cárceles, son todas mujeres, todas madres –dijo.
-El paco, ¿la droga de los pobres?
-Hay drogas buenas y malas. Cocaína y marihuana. Hay drogas de diseño. El paco ni siquiera tiene rango de droga, no sabemos de qué está compuesto. Es una receta que la elaboran con químicos, que también llegó a clase media y alta. Los pibes quieren probar todo, manifestó.
Son experiencias porque siempre hay que pensar en las tres instancias: en los pibes, en nosotros y en todo el mundo. Hay uso, abuso y dependencia, ¿y cómo llegamos a esta última? Con el vino en un asado, estamos haciendo uso del alcohol. Después viene el abuso, cuando ya nos emborrachamos y después viene la dependencia, cuando hacemos varios abusos de una sustancia para vivir, detalló.
Consultada sobre los impactos sobre la salud, dijo que deja secuelas, pero el organismo es sabio. Se va recomponiendo, toma tiempo y dedicación y un cambio fundamental de la familia, que no descanse sólo en una internación.
Las comunidades
“Hace años que pedimos un protocolo terapéutico”, es decir, un criterio unificado para llevar adelante las internaciones, porque “cada una tiene su propio librito, su propia mirada de cómo tiene que tratar a un chico”, manifestó. “Estas comunidades se han creado en el año 89 y son de orden privada”, y varias situaciones hacen presuponer, que no son todo lo que deberían ser.
Este tipo de instituciones “tienen reglas muy rígidas” lo que hace que chicos y chicas, se escapen de vuelta a sus hogares. Además quienes han logrado trabajar allí mencionan que “muchas veces no tienen psicólogos o comida. Es un régimen muy estricto, salir no pueden, hablar de las cosas afuera, no pueden”, recordó Romero.
Una de las graves falencias que observó el Movimiento a través de las madres “que son los ojos de la asociación” en las comunidades es el proceso dividido por fases o etapas. Cuando una persona que ha estado internada llega al final de su tratamiento “se tiene que hacer cargo de los nuevos pibes que entran. Eso es para ahorrarse de pagar operadores terapéuticos”, lanzó Alicia al tiempo que confirmó que puede llegar a haber “30 personas y un operador hacerse cargo de toda la noche solo”.
“’Ahora cuando viene un chico nuevo, vos sos el hermanito mayor y vas a cumplir responsabilidades”, explicó la entrevistada respecto de la cadena de imposiciones a las que están sometidos chicos y chicas.
“Estoy contento de haber pasado esta fase pero no me siento capacitado para hacerme cargo de otra persona”, dijo un día alguien y la respuesta fue “que acá hay un reglamento”. Lo suspendieron. Lo mandaron a la casa una semana.
Salir de una comunidad después de un cierto lapso de tiempo implica que quienes pasaron por aquel espacio deben volver “al mismo mundo que lo echó. Hacer frente y volver al mismo barrio, encontrarse con los mismos vecinitos y que le digan ‘ahora sos careta’” con la única meta que “él pueda tener herramientas para salir de ese lugar, que se junte con otra gente, que tenga la autonomía, las herramientas para poder pensar en sí mismo, quererse, armar un proyecto de vida”, aclaró.
El caso AD
A. D. era un chico que en 2012 tenía 13 años. Su caso se transformó en un testimonio vivo. A inicios de julio de aquel año, el diario Página 12 daba cuenta que tenía problemas de adicción y había escapado de un hospital público bonaerense después de haber sido alojado en una clínica psiquiátrica de Junín, “en una celda de aislamiento, con rejas, como en una cárcel”.
El Ministerio de Salud fue intimado a dar cumplimiento inmediato al traslado del a una clínica “de puertas abiertas” pero fue derivado al Hospital de Niños de La Plata, que “no cuenta con un servicio de salud mental” con internación. Por lo que se hallaba esperando atención “en la Sala de Infectología”.
El fallo del juez de La Plata Luis Arias, mencionaba que en territorio bonaerense “se advierte la falta de una institución adecuada” donde puedan ser derivados los chicos con problemas de adicción “para su rehabilitación o asistencia, de acuerdo con el derecho de todo niño al disfrute del más alto nivel posible de salud”.
Agregó que eso demuestra que “el sistema penal y policial es el lugar (…) en el que terminan” estos casos “pues las políticas públicas en salud mental y de seguimiento terapéutico para niños y adolescentes pobres resulta un fracaso institucional manifiesto”.
De salud pública
Alicia se mostró convencida que la hora de actuar debería haber comenzado hace tiempo. “Se agudiza más. Es un problema de salud pública y hay poco dinero para prevenir. Nosotros tenemos un programa de prevención local en adicciones”, intentando estar “donde el Estado no llega, en lugares clave”.
“Hay que tomar nota de las muertes de muchos pibes de acá”, dijo la entrevistada, al tiempo que recordó que “nos dedicamos a la prevención, rehabilitación, asistencia pero hay que salir a la palestra” porque hay complicidad de la policía y “somos las únicas que venimos denunciando esto y la justicia no hace un carajo. Hay que salir otra vez a los medios de comunicación”.
La adolescencia y quienes viven en ella “valen mucha plata” en el barrio “porque si vos le vendés droga estás ganando plata pero sale de estar preso o de una comunidad y no vale nada. No hay nada que le podamos ofrecer”.
Romero retornó al pensamiento plagado de estigma que baña a la mayoría de quienes transitan por este camino tan complejo. “Hay que revertirlo. Quién no ha cometido en exceso. Los pibes son visibles e invisibles. Visibles porque están hechos mierda y se les nota. Y hay un montón de gente que consume sustancias de diseño como el éxtasis, que no sale poca plata”, expresó.
En ese punto no dejó de preguntarse y de mantener vigente la duda: “¿dónde están las madres del éxtasis?, porque nosotros ya lo veíamos hace 10 o 15 años atrás”. Tal vez como una constante en muchos otros órdenes, las problemáticas que afectan a determinados sectores de la sociedad, no tienen la misma repercusión y la misma pelea, lucha o indignación pública de quienes las protagonizan. Por lo general, en sectores más enriquecidos este tipo de cuestiones están más veladas. Por lo tanto, no debe resultar extraño que sólo se hagan visibles las madres de los más desventajados.
Para finalizar aclaró que “hay una cosa más profunda. Más allá” y no creer a ciegas lo que los medios relatan. “Tenés que profundizar y ver hacer a los que te rodean. Ver ciertas cosas que no se ven, que la sociedad tapa. Hay mucha gente que consume distintas sustancias, las legales, los blister de pastillas psiquiátricas. ¿Cómo se consiguen?, como si fuera caramelos. Alcohol y pastillas son una bomba total. Los pibes no se acuerdan ni como se llaman”.
La realidad se torna compleja a cada paso y las sociedades son parte del problema y de la solución. Quien ha llegado al policonsumo, con mezclas que atentan contra su salud, es porque no ha descubierto otro camino, porque los laberintos no han tenido salida o porque directamente no hubo, sobre todo en el pobre, la igualdad de oportunidades de progreso, que debiera haber habido.
Los jóvenes varones “necesitan probar para hacerse hombre, hacerse notar y ser parte” de un sistema que le muestra que sólo “desafiando” a la vida se es macho. Con rudeza, valentía y coraje. Un sistema que no deja lugar a quienes mantenerse al margen. Una sociedad que excluye y sujetos parte que miran para otro lado.
En 2009, el Área de Igualdad y Juventud de la Diputación de Alicante, elaboró un extenso informe donde en un párrafo esboza que “la influencia del género en los consumos de drogas está muy condicionada por la edad. Esta diferente lectura que de los riesgos del consumo de drogas realizan las chicas adolescentes guarda una estrecha relación con los roles de género”.
Agrega además que “las adolescentes, educadas en la cultura de la igualdad entre hombres y mujeres, comparten espacios de ocio y hacen un uso similar de las denominadas drogas recreativas, lo que afecta a la percepción del riesgo asociado a los consumos esporádicos. Pero también están influenciadas de alguna manera por el modelo tradicional de roles, lo que condiciona su mayor nivel de percepción de riesgo de los consumos habituales”.