Artecito y Punto Veintiuno Estampados
Un Banco Solidario de Anteojos que nació en la 21-24 de Barracas y busca extenderse a otros barrios
Un matrimonio de la Villa 21-24 de Barracas tiene un emprendimiento llamado Punto Veintiuno Estampados. Cuando Horacio Yñiguez, después de 18 años, se quedó sin trabajo apostó fuerte a su “pyme” familiar. Los primeros destinatarios fueron los hijos de ambos, Antonella, Camila y Thiago, con “plancha doméstica, impresora casera y papeles transfer con fotos y dibujos. Así arrancamos los primeros estampados”, dijo Natalia Quintana en el arranque de la entrevista con Mundos. Para que todo sea más profesional, recurrieron a Ramona, vecina y encargada de otorgar “un préstamo para comprar una estampadora industrial”.
Lo que siempre caracterizó a este emprendimiento fue la dedicación de trabajos a colegios y jardines de la zona, aunque el público infantil, sería el preferido en la historia que se empieza a contar. “Cada nene hace su dibujo y se transfiere a la tela, tazas u otros objetos”.
El eje estaba puesto en aquellos pequeños de cinco años, que egresaban de los jardines del barrio y que como es habitual necesitaban su “distintivo”, algo que identificara con su nombre y la institución educativa, el paso previo al nivel primario.
La detección
“Empezamos a notar que había algunos problemas más allá de la maduración o de la edad: los nenes no enfocaban bien, no podían dibujar las letras. Cuando empezamos a hablar con las maestras notamos que pequeños y pequeñas tenían “problemas visuales”. Algo tan simple como “no poder reconocer las letras porque no las veían”.
En ese momento y ante esa realidad, a Horacio y Natalia, “se nos prende en la cabeza esta idea de qué pasa si un nene sale de sala de 5 a un primer grado sin ver y hasta que no pueda tener anteojos, realizar un tratamiento o detectar cuál es el problema, esto se va agravando”. La pregunta estaba hecha y las respuestas que iban llegando presagiaban la necesidad de las familias del barrio. Los chicos “más allá de que siguen perdiendo la visión, no aprenden. Y el que no puede (comprar un lente) va quedando afuera”.
Es por eso que esta pregunta llevó a la acción concreta, sin vueltas, y cargada de compromiso barrial, no sin antes hacerse una segunda pregunta. ¿Por qué no a través de nuestro emprendimiento, darle un valor agregado al producto para formar un Banco Solidario de Anteojos que podamos costearlo con la venta de estampados?”. De a poco se fue gestando Artecito, con esta mirada amplia y abierta de todo lo que se puede hacer para mejorar la vida de cientos de niños.
A partir de allí, una transformación comunitaria llegó a la villa, cuando se hace una Diplomatura de Transformadores Sociales a cargo de Creer Hacer y la Universidad Siglo XXI, de la cual formaron parte “gerentes de empresas, vecinos comunes y militantes barriales” y cuyo trabajo final era proponer una acción de alto impacto. En este caso “empezamos a reforzar la idea que siempre quisimos desarrollar: un emprendimiento social familiar pero con aporte para el barrio”.
El Banco Solidario de Anteojos comenzaba a “sonar fuerte” en las mentes del grupo. ¿Por qué no podemos formar uno a través de la venta de los productos de estampados que es lo que sabemos hacer, y darle valor agregado sabiendo que lo compran los mismos vecinos y con esa compra está colaborando con marcos, vidrios o atención de ópticos?”.
Sin embargo, todo se aceleró cuando a través de una cadena de pedido en WhatsApp, ideada por la docente y psicóloga Gabriela Halperín y también miembro del grupo de capacitación, se juntaron “700 pares de marcos”. Con esta gran ayuda, mucho camino ya estaba recorrido. “Hoy tenemos un aporte distinto. Estamos buscando costear los vidrios y la consulta médica” y planeando el primer operativo visual teniendo en cuenta que en la villa “hay más de diez jardines entre estatales y parroquiales”.
En la escuela
Docentes y directoras son las primeras en detectar el problema visual porque pasan “ocho horas con los niños”, dado que la mayoría asiste jornada completa. En una primera instancia en el jardín de la Parroquia de Caacupée, la directora fue contundente ante un encargo para egresaditos de sala de 5 y que fue el descubrimiento de lo que padecen niños y niñas. ‘Sabemos que Catriel tiene problemas visuales pero la mamá no le puede comprar los anteojos’”, mientras que en el otro establecimiento de nivel inicial que depende de la misma parroquia pero está fuera de la villa, el “Cura Brochero”, la maestra reafirmó que un niño ‘es la forma que tiene de escribir el nombre, no distingue las letras’”. Su identidad eran “círculos y pelotitas adentro, que parecía un collar”.
¿Cómo un nene de cinco años te dice que no ve? Nunca vamos a llegar al reconocimiento de las letras, si primero no ve. Así como las maestras son las primeras en advertir la presencia de alguna patología, son las que “toman responsabilidades de cruzar al nene a la terapia, a la salita, porque la mamá no puede hacerlo porque está trabajando. Hasta eso hacen las docentes o directoras. Va más allá del trabajo. La responsabilidad no termina en el enseñar sino que acompañan todo el desarrollo del nene”.
Dentro del barrio, el nivel socio-económico de las familias se caracteriza por contar con empleos no formales y mal remunerados, por lo que una gran mayoría no integra el sistema previsional y menos aún el de salud. Cuando un alumno ingresa al nivel primario debe contar con evaluaciones sanitarias que acrediten su estado, pero “los que tiene obra social” pueden responder a un tratamiento oftalmológico pero el que depende del hospital público directamente le cuesta horrores ya que los hospitales de la zona están colapsados y no los tiene nunca (a los anteojos)”. Es por eso que Natalia considera que “no vas a dejar de escolarizar” a un estudiante por carecer de esos análisis, “sigue yendo pero sin estudios médicos”.
Esto genera que al cabo de un tiempo “sea un nene que tiene problemas de conducta, no va a focalizar, no se va concentrar, nada le va a llamar la atención porque no ve bien. Se arrastra un problema” que implica luego consultas al “psicólogo, psicopedagogo” cuando lo primero que había que tener en cuenta “es si el nene veía bien”.
Las sensaciones
“Estamos todos muy revolucionados esperando que comiencen las clases y llegue el primer operativo visual” dijo emocionada Natalia, planeando que este proyecto atraviese las fronteras de Barracas. “La idea es que si sale todo bien se pueda replicar a otros barrios”.
La última etapa de la iniciativa es a su vez continuar con el proceso de inclusión que comenzó tiempo atrás. A través de Horacio, se pretende incorporar “herramientas digitales y tecnológicas en las formaciones de escuelas primarias y secundarias del barrio”, para potenciar las capacidades de jóvenes.
Natalia asegura que desde afuera pareciera que “de los barrios vulnerables, de la villa, lo único que pueden generarse son trabajos en el ámbito de la construcción o empleadas domésticas, si bien esto es absolutamente válido al ser un trabajo de fuerza es muy agotador y los jóvenes después de una jornada laboral tan extenuante no contemplan la posibilidad de tomar sus cuadernos y seguir el día para continuar con una educación superior o de grado” pero con oportunidades el abanico de futuros puede ser enorme. “Que el chico pueda elegir y con nuevas tecnologías darles clases de impresión 3D y que se puedan hacer los marcos dentro del barrio sería increíble”, lo que genera “dejar de depender” de colectas externas.
Que “los mismos chicos del barrio que se están formando y a la vez viendo otro tipo de horizontes puedan entender que se pueden hacer muchas cosas desde la tecnología; y soñamos que en diez años el nene que recibió sus anteojos pueda ser el joven que esté haciendo la impresión de los marcos para los chicos que lo necesiten. Sería un círculo virtuoso extraordinario que cerraría con el sentirse parte de este proyecto solidario” y lejos de sentirse condicionado por el lugar de origen, sentirse orgullosos por ser parte de un barrio con muchos valores que afloran diariamente ante la necesidad.
Con “educación, deporte y capacitación a los chicos hay que mostrarles que hay otras cosas que pueden potenciar” su vida. “Creemos fervientemente que el conocimiento, el saber son lo único que pueden romper con el círculo de la pobreza y la exclusión”
“Por ese motivo tenemos un gran compromiso con la educación de los chicos y jóvenes, en el barrio acompañamos el trabajo de los curas villeros, y buscamos en todo momento colaborar con su trabajo, actualmente gracias a la colaboración de Josefina Mangiarotti y la empresa Transvalores estamos gestionando la donación de 50 mochilas completas con cuadernos, lápices etc, y 50 guardapolvos para la inauguración del primer grado de la Escuela Instituto Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.
Para motivar un cambio, no es necesaria una gran estructura, hace falta pensar como Horacio y Natalia que las pequeñas acciones pueden cambiar el destino de chicos y chicas del barrio, que el mundo tiene muchas formas de conocerse, y una es a través de los ojos, porque algo tan sencillo como saber escribir el nombre y el apellido, lleva a cuestas un símbolo que no es ni más ni menos que la identidad. Es poder responder quiénes somos de forma verbal y escrita.
Quienes deseen colaborar con este emprendimiento pueden ingresar a la página de Facebook Punto Veintiuno Estampados
o comunicarse al (011) 15-5574-2203
Por Soledad Bavio